Es natural en el ser humano pensar en cómo serían las cosas si sucedieran determinados acontecimientos. Nos encanta elucubrar sobre posibles futuros cuando estamos llenos de expectativas e incertidumbre. Dejamos a menudo, por otro lado, que las decisiones que tomamos en el pasado se conviertan en errores incambiables y fatídicos, lamentándonos, en un intento por explicar un presente que no nos satisface.
La realidad es que, de una manera u otra, la vida cambia irremediablemente y nosotros, nos guste o no, somos incapaces de evitar esos cambios, porque nosotros mismos nos encontramos en un proceso de transformación sin fin.
Si algo he aprendido a lo largo de mi vida, es que no me conozco correctamente. Uno se crea una imagen de sí mismo, proyecta esa imagen en cada situación en la que se encuentra y se cree una falsa definición de cómo es en diferentes áreas de su vida. Objetivamente sucede lo que nos pasa cuando creemos que nos vemos físicamente de una manera concreta, para luego descubrir que hemos ido despeinados todo el dia, o con algo entre los dientes que no sabíamos que estaba ahí. Luego empezamos a repasar cada conversación que tuvimos y reconstruímos nuestro día desde una nueva e incómoda autopercepción.
Si alguien le hubiese descrito tu realidad actual a tu yo de hace 5 años, ¿cómo crees que hubiese sido su reacción? La mía, de sorpresa. Estoy seguro de que mucho de lo que hoy considero una parte esencial de mi día a día, me habría sonado a ciencia ficción. Sin embargo, sucedió.
La paternidad ha sido, indudablemente, uno de esos cambios permanentes e inesperados. Y, aunque todavía se me haga difícil de creer, ha sucedio algo irreversible que ha modificado completamente mi substancia. Ahora soy papá, y lo seguiré siendo cada día de mi existencia, hasta mi último aliento.
Al sentimiento de asombro ante lo milagroso del nacimiento de un nuevo ser, se le suma la seguridad de mi incompetencia en un rol que hasta no hace mucho sólo había sido una situación hipotética. Sumido en un sentimiento de pequeñez, me doy cuenta de la gran importancia que ahora tengo para alguien que me necesita. La idea de que ya no se trata de mí, deja de ser algo incómodo. Se convierte no solamente en lo correcto, sino también en lo precioso de vivir para alguien más.